Paz y bien queridísimas "ovejitas" del Señor en búsqueda vocacional,
hoy quiero compartir con ustedes un hermoso signo, diría un poco fuera de lo común, que recibí al inicio de mis seis meses de experiencia en la comunidad religiosa de los "Pequeños Frailes y Hermanas de Jesús y María" de la cual formo parte.
Durante mi primera peregrinación de total providencia, con una parada en Ispica (SR), el pueblito donde nació la comunidad, mis dos hermanos con los que hice la peregrinación fueron a la "cueva" a rezar, un lugar donde nuestro fundador fray Volantino se retiró por un tiempo, -un poco como san Francisco de Asís- comenzando solo el camino que Dios le indicó. La cueva es un lugar muy silencioso y atractivo para poder hacer un retiro y concentrarse en la oración. Elegí un lugar donde poder sentarme y orar, y dirigiéndome al Señor mi mente y mi corazón le pedí que me hablara, en ese silencio casi total; el día era muy agradable y había sol, no había un soplo de viento. Tenía la Biblia abierta puesta sobre mis piernas, cuando -como si un ángel misterioso hubiera intervenido- las páginas de la Biblia se giraron por sí mismas ante mis ojos y se abrieron al capítulo cincuenta y cuatro del libro del profeta Isaías:
“¡Grita de alegría, estéril, tú que no has dado a luz,
prorrumpe en gritos de alegría, aclama,
tú que no has conocido los dolores del parto!,
Porque los hijos de la mujer desamparada,
son más numerosos que los de la desposada, dice el Signore [...]
Porque tu esposo es aquel que te hizo:
su nombre es Señor de los ejércitos; tu redentor es el Santo de Israel:
él se llama «Dios de toda la tierra» [...]
Todos tus hijos serán discípulos del Señor, y
será grande la paz de tus hijos". (Is 54, 1-13)
Me quedé muy sorprendida, por supuesto, tanto por el acontecimiento extraordinario como por este capítulo del libro del profeta Isaías que había acompañado un poco mi camino de búsqueda vocacional; de hecho, años antes, durante un retiro vocacional, en adoración ante Jesús Eucaristía, y pidiéndo al Señor que me hablara de cuál era mi vocación, el Señor me había dado precisamente este pasaje, la emoción había sido lo suficientemente grande como para arrancarme las lágrimas, estaba segura de que el Señor me llamaba a ser Su esposa, pero no sabía en qué familia religiosa.
Ese día en la cueva esto fue una señal casi irrefutable de que el Señor me llamó en esta familia religiosa, aunque si después hubieron muchos otros signos de confirmación que me dieron total certeza de mi llamada.
Hna. L.M.V.
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