TESTIMONIO: Un signo como Santa Clara
- Blog PFSGM
- 7 may
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Eran mis primeros días de experiencia en la comunidad, y toda mi oración estaba dirigida a recibir una respuesta del Señor que confirmara mi llamado. La madre nos había sugerido hacer una oración especial a la Virgen antes de ir a dormir, ya que era la víspera de la fiesta de la Asunción de María.
¡Y así lo hicimos! Ese día recé a la Virgen para que confirmara mi camino y, como signo concreto, pedí algo similar al signo de Santa Clara de Asís. Ella recibió una palma de manos del Obispo durante el Domingo de Ramos. Como era costumbre, las jóvenes iban hacia él para recibir la bendición y una palma, pero ese día Santa Clara no se movió, permaneció en su lugar. Hasta que el Obispo se levantó y fue él mismo hacia ella, dejando a todos asombrados. De alguna forma, esto fue un signo para ella, y ese mismo día dejó su casa para entregar toda su vida al Señor.
Así que, siguiendo su ejemplo, le pedí a la Virgen que el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de María, alguien me diera algo que pudiera reconocer como un signo. Claramente, no le conté a nadie sobre el signo que había pedido.
Al día siguiente, las hermanas fueron invitadas a un pueblo cercano, donde se celebraba una gran fiesta en honor de Nuestra Señora de la Asunción. Había muchas personas presentes, y también otras comunidades religiosas. Pasó el día y la fiesta llegaba a su fin; comencé a pensar que quizás no recibiría la respuesta que tanto buscaba. ¡Hasta que llegó una gran sorpresa! Me quedé asombrada cuando el sacerdote de nuestra parroquia vino hacia nosotras con muchas flores en la mano para ofrecer una a cada una de nosotras, hermanas y vocaciones. En ese momento recordé la oración que había hecho. Entre tanta gente, solo nosotras recibimos esas flores, ¡y nada menos que flores de la Virgen!
Como diría nuestro fundador, las coincidencias no existen, sino más bien “incidencias de Dios”. Este es uno de los muchos signos que recibí ese día que me ayudó a comprender el Plan del Señor para mi vida. Como dice el salmo: “El día que clamé, me respondiste, infundiendo valor en mi alma” (Sal 138,3).
Hna. CMC
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