TESTIMONIO VOCACIONAL: UN SÍ ESPERADO
- Blog PFSGM
- 26 feb
- 2 Min. de lectura

¡Paz y bien a todos!
En este breve artículo, me gustaría hablarles sobre mi primera experiencia vocacional vivida con las Pequeñas Hermanas y de cómo este periodo me ha llenado de alegría.
En un principio, no debía ni siquiera ser una experiencia, sino una simple invitación a una profesión perpetua. Inicialmente, no contaba con el apoyo de mis padres, pero luego, sin saber cómo, se me concedió esta oportunidad.
Vayamos en orden. Llegué con las psgm una semana antes del evento, y la noche antes de partir no dormí: desde que descubrí mi vocación siempre soñé con estar entre hermanas, y finalmente este sueño se estaba haciendo realidad.
La noche de la profesión, después de la celebración, recreamos el lanzamiento del ramo que todas las novias hacen, pero esta vez con la corona de flores de la hermana que profesaba, y, después de darme cuenta de que yo era la afortunada en recibirla, lloré, lloré de alegría, de emociones y sentimientos. Al día siguiente llegó el momento de volver a casa, y estaba triste, pero esta semana me permitió, finalmente, hablar con mis padres sobre mi vocación, hasta entonces un tema "tabú".
Pasaron dos semanas, y estaba hablando con una chica que conocí en la profesión y decidí regresar. El único problema: ¿cómo se lo digo a mis padres? Me armé de valor y se los pedí; pensé que sería el final, pero aceptaron. Así comenzó mi primera experiencia verdadera: dos semanas de nuevo con las psgm.
Durante esas dos semanas, encontré muchos signos de confirmación de mi vocación; por ejemplo, volví a encontrar los pasajes de la Biblia que marcaron esta elección (el Evangelio de Lc 5, 1-11, durante la misa del 2 de septiembre, es el mismo Evangelio que inspiró una homilía de mi guía espiritual sobre mí; encontré tres veces el Salmo 63 durante las oraciones de la mañana, el mismo Salmo que estuvo presente durante la vigilia del campamento que me ayudó a entender mi vocación).
Antes de regresar a casa, al final de la experiencia, quise sacar un papelito de mensaje después de una pequeña oración, como las hermanas suelen proponer, y me salió: "¡Apacienta mis corderos! ... ¡Apacienta mis ovejas!" (Jn 21, 15-17).
Así, una vez en casa, decidí de realizar mi "sí", que conocía, pero había guardado en secreto durante mucho tiempo. Finalmente, me liberé de un peso: el de no revelar nada sobre mí y mi vocación. Finalmente encontré mi Felicidad.
Thuy Maggi
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