Así es como el Señor hizo comprender a Santa Clara de Asís su voluntad.
De fuentes franciscanas:
"Se acercaba la solemnidad del Domingo de Ramos, cuando la jovencita (Clara) con un corazón ardiente se acercó al hombre de Dios, para preguntarle qué debía hacer y cómo, ahora que tiene la intención de cambiar su vida. El padre Francisco le ordenó que el día de la fiesta, adornada y elegante, fuera a tomar la palma entre la gente y la noche siguiente, al salir del campamento, convierta la alegría mundana en lágrimas por la pasión del Señor. Cuando llegó el domingo, la doncella entró en la iglesia con las demás, radiante de esplendor festivo entre el grupo de mujeres nobles. Y allí sucedió, como por un signo premonitorio significativo, que, apresurándose todas las demás a tomar la palma, Clara, como por un sentimiento de reserva, se quedó quieta en su lugar: y aquí el obispo baja los escalones, se acerca a ella y le pone la palma en las manos. A la noche siguiente, dispuesta a obedecer la orden del Santo, emprendió la deseada fuga, en digna compañía. Y como no creyó conveniente salir por la puerta acostumbrada, se las arregló para abrir sola, con sus propias manos, con una fuerza que le pareció prodigiosa, una puerta secundaria obstruida por montones de vigas y pesadas piedras. Abandonando su casa, su ciudad y sus parientes, se apresuró a ir a Santa María de la Porciúncula, donde los frailes, que velaban en oración ante el pequeño altar de Dios, acogieron a la virgen Clara con antorchas encendidas.
(FONTI FRANCESCANE, n. 3168-3170 - nuestra traducción)
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