De las Fuentes franciscanas:
«Cuando fueron conociendo ya muchos la verdad tanto de la doctrina sencilla cuanto de la vida del bienaventurado Francisco, hubo algunos que, al cabo de dos años de su conversión, comenzaron a animarse a seguir su ejemplo de penitencia, y, despojados de todos sus bienes, se adhirieron a él con el mismo hábito y en el mismo género de vida...
Fue, pues.. Francisco a casa de Bernardo la tarde convenida, todo rebosante de gozo, y quedó con él toda la noche. El señor Bernardo le propuso esto, entre otras cosas: “Si alguno tuviera de su señor muchas o pocas cosas y las hubiese poseído durante muchos años y no las quisiere retener por más tiempo, ¿cuál sería el mejor modo de disponer de ellas?” Francisco le respondió que debería devolverlas al dueño, del cual las había recibido. El señor Bernardo añadió: “Yo quisiera, hermano, distribuir todos mis bienes temporales, por amor de mi Señor que me los ha dado, como mejor a ti te parezca”. A lo cual replicó el Santo: “Mañana muy temprano iremos a la iglesia y conoceremos por el libro de los evangelios lo que el Señor enseñó a sus discípulos”.
Se levantaron, pues, muy de mañana y con otro señor llamado Pedro, que también quería hacerse hermano, fueron a la iglesia de San Nicolás, junto a la plaza de la ciudad de Asís. Entraron en ella para hacer oración; y como eran simples y no sabían encontrar el lugar donde habla el Evangelio de la renuncia del siglo, suplicaron al Señor devotamente que, a la primera vez que abrieran el libro, se dignara manifestarles su voluntad.
Terminada la oración, Francisco tomó el libro cerrado y, puesto de rodillas delante del altar, lo abrió, y a la primera vez le salió este consejo del Señor: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo (Mt 19,21). Descubierto esto, Francisco se alegró íntimamente y dio gracias a Dios. Pero, como era muy devoto de la Santísima Trinidad, se quiso confirmar con un triple testimonio, abriendo el libro segunda y tercera vez. La segunda vez le salió esto: Nada llevéis en el camino, etc. (Lc 9,3). Y en la tercera: Aquel que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, etc. (Lc 9,23). Francisco, tras haber dado gracias a Dios en cada una de las veces que había abierto el libro por la confirmación de su propósito y deseo concebido de hacía tiempo, ahora tres veces manifestada y comprobada divinamente, dijo a los mencionados por varones, Bernardo y Pedro: “Hermanos, ésta es nuestra vida y regla y la de todos los que quisieran unirse a nuestra compañía. Id, pues, y obrad como habéis escuchado”.
Marchó el señor Bernardo, que era muy rico, y, una vez que hubo vendido todo lo que tenía y hubo reunido de ello gran cantidad de dinero, lo repartió todo a los pobres de la ciudad. Pedro cumplió también el consejo evangélico según sus posibilidades. Abandonadas todas las cosas, se vistieron los dos el mismo hábito que hacía poco había vestido el Santo después de dejar el hábito de ermitaño; y desde entonces vivieron unidos según la forma del santo Evangelio que el Señor les había manifestado. Por eso, el bienaventurado Francisco escribió en su testamento: «El mismo Señor me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio».
(Leyenda de los 3 compañeros, Cap. VIII, 27-29)
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