Corría el año 1114. Norberto sólo pensaba en las cosas del mundo, en divertirse en medio de honores y riquezas. Los pensamientos sobre la vida futura le parecían sueños y cuentos de hadas. Un día fue a una fiesta mundana, montado en un caballo de pura sangre, vestido de sedas, y acompañado de un único sirviente, atravesó un prado encantador. De repente se desató una tormenta, con truenos y rugidos aterradores. El criado de casa gritó aterrorizado: ¿A dónde va, señor? ¿Qué va a hacer? Vuelve, pues la mano de Dios ha venido contra ti, y su ira ya empieza a estallar. Dichas estas palabras. Una voz se dirigió a Norberto y le dijo desde lo alto: "Norberto, Norberto, ¿por qué me persigues? ¿Es así como respondes a los designios de mi providencia y utilizas para los proyectos de tu orgullo las riquezas y el espíritu que te he concedido para servir a los proyectos de mi gloria? Te puse en el mundo para la salvación y edificación de mi Iglesia, ¡y he aquí que te has convertido en la perdición de los fieles a causa de tus escándalos!. Detente y reconoce que atacas mi poder, rebelándote contra los decretos de mi sabiduría.
Al oír estas palabras, un rayo cayó a los pies del caballo, atravesó la hierba, abrió la tierra a la profundidad de un hombre, esparciendo un olor a azufre. Norberto quedó tendido a un lado, el caballo a otro, el lacayo tambaleándose. Norberto pareció muerto durante una hora, al cabo de la cual volvió en sí como de un sueño profundo y exclamó: "Señor, ¿qué quieres que haga?". Desde entonces se convirtió en otro hombre.
(Vida de los Santos, vol. X, pp. 74-75)
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