A menudo, en el camino del discernimiento vocacional puede haber una tendencia a no dejar que Dios actúe en nuestras vidas, por miedo o porque estamos apegados a nuestra propia voluntad. He aquí una pequeña historia luminosa sobre la importancia de confiar en Dios, de dejarnos guiar por Él:
En una cálida tarde de verano, un joven se acercó a un anciano sabio: "Maestro, ¿cómo puedo estar seguro de que estoy pasando bien mi vida? ¿Cómo puedo estar seguro de que todo lo que hago es lo que Dios me pide que haga?".
El anciano sabio sonrió satisfecho y dijo: "Una noche me dormí con el corazón atormentado, yo también buscaba en vano una respuesta a estas preguntas. Entonces tuve un sueño. Soñé con una bicicleta doble. Vi que mi vida era como un paseo en bicicleta de dos asientos: un tándem. Y me di cuenta de que Dios estaba detrás y me ayudaba a pedalear. Pero entonces sucedió que Dios sugirió que cambiáramos de lugar. Acepté y, a partir de ese momento, mi vida nunca volvió a ser la misma. Dios hizo mi vida más feliz y emocionante. ¿Qué había pasado desde que cambiamos de sitio? Me di cuenta de que cuando conducía, conocía la carretera. Era bastante aburrido y predecible. Siempre era la distancia más corta entre dos puntos. Pero cuando empezó a conducir, conocí hermosos atajos, subía montañas, atravesaba lugares rocosos a una velocidad abrumadora. ¡Lo único que podía hacer era quedarme en el asiento! Aunque parecía una locura, seguía diciendo: "Pedalea, pedalea". De vez en cuando me inquietaba y preguntaba: "Señor, ¿adónde me llevas? Se limitaba a sonreír y no contestaba. Sin embargo, de alguna manera empecé a confiar. Pronto olvidé mi vida monótona y entré en la aventura, y cuando dije: "Señor, tengo miedo...", él se echó hacia atrás, me tocó la mano e inmediatamente una inmensa serenidad sustituyó al miedo. Me condujo a personas con los dones que necesitaba; dones de sanación, aceptación y alegría. Me dieron sus regalos para que los llevara conmigo en el viaje. Nuestro viaje, es decir, el de Dios y el mío. Y nos fuimos. Me dijo: "Deja los regalos, son un equipaje extra, pesan demasiado". Así que se los di a la gente que conocimos, y descubrí que al dar era yo la que recibía, y nuestra carga seguía siendo ligera. Al principio no confiaba en que Él estuviera a cargo de mi vida. Pensé que Él lo llevaría al desastre. Pero conocía los secretos de la bicicleta, sabía cómo inclinarla para abordar curvas cerradas, saltar para superar lugares rocosos, volar para acortar pasajes temerosos. Y estoy aprendiendo a callarme y a pedalear en los lugares más extraños, y estoy empezando a disfrutar de las vistas y de la brisa fresca en la cara con mi adorable compañero de viaje, mi Poder Superior. Y cuando estoy segura de que no puedo ir más lejos, él sonríe y me dice: 'No te preocupes, yo conduzco, tú pedalea'".
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