Esta es una leyenda de los indios Cherokee sobre el "rito de iniciación", que puede ayudarnos a comprender la importancia de la entrega confiada al Señor:
El padre lleva a su hijo al bosque, le pone una venda en los ojos y lo deja solo. El joven debe sentarse en un tronco toda la noche sin quitarse la venda de los ojos hasta que los rayos del sol le avisen que es de mañana. No puede ni debe pedir ayuda a nadie. Si sobrevive la noche sin desmoronarse, será un hombre. No puede contar su experiencia a sus amigos ni a nadie más, porque cada joven debe convertirse en un hombre por sí mismo.
El niño está claramente aterrorizado: escucha muchos ruidos extraños a su alrededor.
Ciertamente hay bestias salvajes rodeándolo. Tal vez incluso algunos hombres peligrosos que lo lastimarán. El viento sopla con fuerza toda la noche y sacude el tronco sobre el que está sentado, pero avanza valientemente, sin quitarse la venda de los ojos ¡Después de todo, es la única forma de convertirse en hombre! Finalmente, tras una noche aterradora, sale el sol y le quita la venda de los ojos. Y así es como se da cuenta de que su padre está sentado en el tronco a su lado. Estuvo de guardia toda la noche protegiendo a su hijo de cualquier peligro.
El padre estaba allí, aunque el hijo no lo supiera. Nosotros tampoco estamos nunca solos. En la noche más aterradora, en la oscuridad más profunda, en la soledad más completa, aun cuando no nos demos cuenta, Dios nunca nos abandona, como está escrito:
"Si tuviera que caminar en un valle oscuro, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo. Tu bastón y tu bastón me dan seguridad» (Sal 22, 4).
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