Había un señor que tenía un hermoso jardín que le gustaba mucho, estaba lleno de árboles y plantas.
Un día llegó al pie del manzano y le dijo
- Querido manzano, ¡te necesito!
- ¡Por supuesto, mi señor! ¡Haz conmigo lo que quieras! - respondió.
- Pero tendré que cortarte el tronco", dijo el señor.
Ante semejante sacrificio, el manzano puso cada vez más excusas para no ser cortado.
Tras recorrer los distintos árboles del jardín, el hombre se dirigió al palo de bambú:
- Querido bambú, ¡te necesito!
- ¡Por supuesto, mi señor! ¡Haz conmigo lo que quieras!
- Pero tendré que cortarte... ¿estás dispuesto?
El bambú estaba asustado, no quería tener que ser cortado y renunciar a su vida, pero después de luchar consigo mismo finalmente dio su consentimiento. Pero entonces, el señor añadió:
- Mi querido bambú, no sólo tengo que derribarte, sino también cortar tus ramas y hojas.
- Señor, ten piedad de mí, destruye mi belleza, pero déjame las ramas y las hojas.
- Pero si es así ya no podré hacer lo que tengo que hacer - dijo el Señor.
Temblando, el bambú dijo que sí y dio su consentimiento para que cortara sus ramas y hojas.
Pero luego dijo:
- Mi querido bambú, hace falta algo más, tengo que cortarte por la mitad y sacar todo lo que tienes dentro, si no, no puedo hacer lo que necesito.
El bambú, ya postrado en el suelo, con voz baja dijo: rompe y saca.
Así, el señor del jardín derribó el bambú, cortó sus ramas y hojas, lo partió en dos y le arrancó el corazón. Luego lo llevó a donde brotaba una fuente de agua fresca, cerca de sus campos que sufrían por la sequía. Delicadamente, conectó un extremo del amado bambú a la fuente y dirigió el otro hacia los campos resecos.
El agua clara, fresca y dulce comenzó a fluir por el cuerpo del bambú y llegó a los campos. Se plantó arroz y la cosecha fue excelente. Así, el bambú se convirtió en un canal de agua y una gran bendición, aunque había sido derribado y destruido.
Cuando era un árbol magnífico, vivía solo para sí mismo y se reflejaba en su propia belleza. Cortado, herido y desfigurado, se convirtió en un canal que el Señor usaba para hacer fecundo su reino.
¿Y quiénes queremos ser, vivir solo para nosotros mismos o dar nuestra vida para los otros?
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