<<Fui severamente reprendida (por el Señor) cuando nuevamente me sentí inclinada a sucumbir a la terrible lucha dentro de mí. Incapaz de soportar las persecuciones de mis parientes, y las lágrimas de una madre tan tiernamente amada, que me decía que a los veinte años una joven debía casarse, comencé a inclinarme hacia esta opinión.
Satanás, seguía diciéndome continuamente: "¿Qué estás pensando que quieres ser religiosa? Te convertirás en el hazmerreír del mundo, porque no perseverarás en absoluto; ¡Qué confusión será dejar el hábito religioso y salir de un convento! ¿Dónde podrás esconderte después?" Estallé en lágrimas en medio de tantos ataques, porque tenía un horror terrible a los hombres, y no podía decidirme; pero mi Divino Maestro, que siempre guardó mi voto ante mis ojos, al final se compadeció de mí.
Un día, después de comulgar, si no me equivoco, me reveló que era el amante más hermoso, más rico, más poderoso, más perfecto y completo de todos, y que, como yo había sido su prometida durante muchos años, me hizo comprender de dónde venía la tentación de romper toda amistad con él para unirme a otro.
«¡Oh! Sepas que, si me desprecias ahora, te abandonare para siempre; pero si me eres fiel, no te abandonaré jamás, y seré tu triunfo sobre todos tus enemigos. Perdono tu ignorancia, porque aún no me conoces; pero si permaneces fiel y me sigues, te enseñaré a conocerme y a revelarme a ti".
Con estas palabras infundió tanta calma en mi interior, y mi espíritu encontró una paz tan grande, que a partir de ese momento decidí preferir morir antes que cambiar. Entonces me pareció que mis ataduras estaban rotas y que no tenía nada que temer, pensando que, aunque la vida religiosa fuera un purgatorio, sería más dulce purificarme en ella por el resto de mi vida que caer en el infierno, que tantas veces he merecido por mis grandes pecados y resistencias>>.
(Santa Margarita M. Alacoque, Autobiografía, III – Traducción nuestra)
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