ASÍ PARTIÓ SAN FRANCISCO DE ESTE MUNDO, DESPUÉS DE HABER CUMPLIDO LA VOLUNTAD DE DIOS…
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De la Leyenda Mayor de San Buenaventura:
«Durante los dos años que siguieron a la impresión de los estigmas, él, como una piedra destinada a la construcción de la Jerusalén celestial, fue tallado por los golpes de la prueba, a través de sus muchas y dolorosas enfermedades, y, como un material maleable, fue llevado a su máxima perfección bajo el martillo de numerosas tribulaciones. En el vigésimo año de su conversión, pidió que lo llevaran a Santa María de la Porciúncula, para devolver a Dios el espíritu de la vida, allí donde había recibido el espíritu de la gracia.
Cuando fue llevado allí, para demostrar que, a semejanza de Cristo-Verdad, él no tenía nada en común con el mundo, en medio de aquella enfermedad tan grave que puso fin a todos sus sufrimientos, se postró en fervor de espíritu, completamente desnudo sobre la tierra desnuda: de este modo, en aquella última hora en la que el enemigo podía aún desatar su ira, podría luchar desnudo contra él, también desnudo. Así tendido en la tierra, tras haber quitado la túnica de saco, levantó el rostro hacia el cielo, totalmente absorto, como era su costumbre, en aquella gloria celestial, mientras con la mano izquierda cubría la herida de su costado derecho, para que no se viera. Y dijo a los hermanos: “Yo he hecho mi parte; Cristo les enseñará la suya”.
Finalmente, acercándose el momento de su partida, hizo llamar a su alrededor a todos los hermanos del lugar y, consolándolos con palabras afectuosas sobre su muerte, los exhortó con amor paterno al amor de Dios. Habló de la necesidad de conservar la paciencia, la pobreza, la fidelidad a la santa Iglesia romana, y sobre todas las normas colocó el santo Evangelio. Mientras todos los hermanos estaban alrededor de él, extendió sobre ellos las manos, cruzando los brazos en forma de cruz (pues siempre había amado este signo) y bendijo a todos los hermanos, presentes y ausentes, en el poder y el nombre del Crucificado.
Cuando finalmente se cumplieron en él todos los misterios, aquella santísima alma, liberada del cuerpo, fue sumergida en el abismo de la claridad divina y el bienaventurado hombre se durmió en el Señor. Uno de sus hermanos y discípulos vio aquella alma bienaventurada, en forma de estrella brillantísima, elevarse sobre una nubecilla blanca por encima de muchas aguas y ascender directamente al cielo: resplandeciente por el fulgor de la santidad excelsa y colmada de sabiduría y gracia celestial, por las cuales el Santo mereció entrar en el lugar de la luz y de la paz, donde con Cristo reposa sin fin».
(Cf. Buenaventura, Leyenda Mayor, en: F.F. 1239-1243)
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