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ASÍ ES COMO SAN FRANCISCO DE ASÍS ENFRENTO A SU PADRE HOSTIL A SU VOCACIÓN

  • Foto del escritor: Blog PFSGM
    Blog PFSGM
  • 16 jul
  • 3 Min. de lectura

De las fuentes franciscanas:

<<De regreso a Asís, entró devotamente en la iglesia que tenía la misión de restaurar. Allí encontró a un sacerdote pobre y, después de haber hecho la debida reverencia, le ofreció el dinero para la reparación de la iglesia y humildemente le pidió que le permitiera quedarse con él por un tiempo. El sacerdote accedió a que se quedara, pero, por temor a sus padres, no aceptó el dinero, y aquel verdadero despreciador del dinero lo arrojó por una ventana, considerándolo polvo vil.

Mientras el siervo de Dios permanecía en compañía de este sacerdote, su padre lo supo y llegó allí lleno de ira. Pero Francisco, un atleta todavía novato, al ser advertido de las amenazas de los perseguidores y anticipando su llegada, decidió dejar pasar el tiempo y se escondió en un refugio secreto. Permaneció oculto durante algunos días, suplicando incesantemente, entre lágrimas, al Señor que lo librara de las manos de los perseguidores y llevara a cabo, con su bondad y su favor, los santos propósitos que le había inspirado. Sintiendo una gran alegría, comenzó a reprocharse a sí mismo por su cobardía y timidez, y, dejando su escondite y desterrando el miedo, partió hacia Asís. Los ciudadanos, al verlo demacrado y transformado en su espíritu, creyéndolo enloquecido, le arrojaban barro y piedras, insultándolo y llamándolo loco, demente. Pero el siervo de Dios, sin desanimarse ni turbarse por las injurias, pasaba entre ellos como si fuera sordo.

Cuando su padre oyó el alboroto, corrió rápidamente, no para liberar a su hijo, sino para arruinarlo: dejando de lado todo sentimiento de compasión, lo llevó a casa y lo persiguió, primero con palabras y golpes, luego poniéndolo en cadenas. Sin embargo, esta experiencia fortaleció aún más al joven en su propósito, ya que le recordaba las palabras del Evangelio: «Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos». Después de un tiempo, mientras el padre estaba lejos de Asís, la madre, que no aprobaba la conducta del esposo y no esperaba hacer desistir a su hijo de su firme decisión, lo liberó de las cadenas y lo dejó marcharse. Entonces él, dando gracias al Señor Todopoderoso, regresó al lugar anterior. Pero cuando el padre regresó y no lo encontró en casa, reprendió duramente a su esposa y corrió al lugar, enfurecido, con la intención, si no podía hacerlo volver, al menos de expulsarlo.

Francisco, fortalecido por Dios, fue al encuentro de su padre encolerizado, gritándole con voz libre que despreciaba sus cadenas y sus golpes, y declarando, además, que por el nombre de Cristo afrontaría con alegría cualquier tormento. El padre, al ver que no podía hacerlo cambiar, se preocupó por obtener el dinero, y cuando finalmente lo encontró en la ventanilla, calmó un poco su furor: esa pequeña cantidad de dinero había mitigado en cierta medida su avaricia.

Aquel padre carnal intentó entonces que el hijo de la gracia, ya despojado del dinero, se presentara ante el obispo de la ciudad para renunciar, en sus manos, a la herencia paterna y devolver todo lo que había recibido. El verdadero amante de la pobreza aceptó gustoso esta propuesta. Llegado a la presencia del obispo, no soporta más demoras o vacilaciones; no espera ni pronuncia palabras, sino que, inmediatamente, se quita todas las vestiduras y se las devuelve al padre. Se reveló entonces que el hombre de Dios, bajo sus delicadas vestiduras, llevaba un cilicio. Luego, embriagado de un fervor admirable, se quitó también la ropa interior y quedó desnudo ante todos, diciendo al padre: “Hasta ahora te he llamado a ti, mi padre en la tierra; de ahora en adelante puedo decir con toda seguridad: Padre nuestro, que estás en el cielo, porque en Él he puesto todo mi tesoro y he depositado toda mi confianza y mi esperanza”. El obispo, viendo esto y admirando el fervor sin límites del hombre de Dios, se levantó inmediatamente, lo tomó llorando entre sus brazos y, compasivo y bondadoso como era, lo cubrió con su propio manto. Luego ordenó a los suyos que dieran algo al joven para cubrirse. Le ofrecieron, pues, el manto pobre y humilde de un campesino, siervo del obispo. Francisco, recibiéndolo con gratitud, trazó con sus propias manos una cruz en él con un trozo de ladrillo que encontró a su alcance y formó con él una vestidura digna de un hombre crucificado y semidesnudo. Así, entonces, el siervo del Rey altísimo fue dejado desnudo, para que siguiera al Señor desnudo y crucificado, objeto de su amor; así fue armado con una cruz, para confiar su alma al madero de la salvación, salvándose con la cruz del naufragio del mundo>>


(F.F. 1039-1043 – Nuestra traducción ).

 
 
 

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