Un papá pasó la tarde sobre la carrocería del coche y a cada momento lo pulía esmeradamente para volverlo brilloso. El hijo de doce años lo ayudaba, pasándole el trapo sobre el guardalodo.
<< Ves, hijo mío >>, dijo el padre,
<<el coche es el capital de la familia: tenemos que dedicarle cuidados, atenciones y tiempo>>.
<< ¡Cierto papá! >>.
<< ¡Muy bien! >>.
Hubo un momento de silencio.
<<Entonces, yo no soy
un capital de la familia >>;
murmuró bajito el hijo.
<< ¿Por qué? >>.
<< Tú nunca tienes tiempo para mí >>.
Así está escrito en la primera carta de San Pablo Apóstol a Timoteo:
« A los ricos de este mundo, recomiéndales que no sean orgullosos. Que no pongan su confianza en la inseguridad de las riquezas, sino en Dios, que nos provee de todas las cosas en abundancia a fin de que las disfrutemos. Que practiquen el bien, que sean ricos en buenas obras, que den con generosidad y sepan compartir sus riquezas. Así adquirirán para el futuro un tesoro que les permitirá alcanzar la verdadera Vida. » (1 Tm 6,17-19)
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