A menudo un joven deja fluir su vida como un río, siguiendo el mismo camino trazado por muchos otros que le precedieron, sin detenerse nunca a pensar si esa es la dirección correcta. El niño se convierte en un adolescente y comienza a pensar en el futuro, lo que quiere estudiar, qué trabajo quiere hacer; va a la escuela, a la universidad, al trabajo, y después de haber tenido una cierta estabilidad piensa en unir su vida con otra persona y formar una familia; si todo va bien, envejecen juntos; sus hijos y nietos crecen; y así termina su corta existencia. Pero, ¿Cuándo se detuvo a reflexionar sobre el plan de Dios? ¿Cuándo lo hacemos? ¿Por qué nacimos en este preciso momento de la historia? ¿Por qué fuimos creados? ¿Qué espera Dios de cada uno de nosotros?
Una de las meditaciones de nuestro fundador sobre el primer Misterio Luminoso [1], explica que la corriente del río podría ser el símbolo de los esquemas y razonamientos del mundo, que tienden a ir en la misma dirección (cf. 1P4, 4). Es necesario abandonar este río de esquemas mundanos para que podamos conformarnos cada vez más a Cristo y comprender lo que el Señor quiere para nosotros.
Es cierto que no siempre es fácil hacer este movimiento y ser diferente de los demás ... pero si vivimos sólo para morir, ¿qué significado tendrá nuestra existencia? Si simplemente nos dejamos llevar sin reflexionar sobre la misión que Dios tiene para cada uno de nosotros, ¿qué nos llevaremos cuando moriremos? Y sobre todo, ¿qué excusa podríamos darle Dios por no haber hecho voluntad?
La vida no se detiene y el tiempo no retrocede. ¿Y si hoy fuera el último día de nuestra vida?
Hna C.M.C
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