"No soy digno...". Hace poco, durante el desayuno, las hermanas hablábamos de cómo a menudo esta frase aparentemente humilde se convierte en un impedimento para hacer la voluntad de Dios. Si has sido víctima de esta tentación, anímate, ¡no estás solo! Muchos, incluso yo mismo, lo hemos experimentado alguna vez, ya sea al afrontar la "LLAMADA" a una determinada orden religiosa, o al reconocer la presencia de Dios en el sagrario (hasta el punto de temer acercarnos demasiado), o cuando Dios nos llama a salir de nuestra zona de confort... Sí, es una tentación: porque muchas veces, si no todas, cuando este pensamiento se arraiga, tratamos de poner excusas para evitar hacer la voluntad de Dios. Veamos algunos ejemplos en la Biblia:
Jeremías - "No sé cómo hablar. Soy demasiado joven". (Cf. Jer 1,4-10)
Moisés - "¿Quién soy yo para ir al Faraón y sacar a los hijos de Israel de Egipto?... No soy un hombre dotado para hablar... mi boca y mi lengua son pesadas". (Ex 3-4)
Gedeón - "¡Mi familia es la más pobre de Manasés, y yo soy el más joven de la casa de mi padre!" (Jue 6:11-24)
A pesar de las objeciones de estos personajes, el Señor le dio a cada uno de ellos la fuerza y la gracia para llevar a cabo su misión, ¡como también nos la dará a nosotros! Como señaló una hermana durante el discurso de la mesa, San Pablo escribe a los Colosenses: No dejamos de pedir "a Dios que os llene del conocimiento de su voluntad, de toda sabiduría y comprensión espiritual, para que podáis andar de una manera digna del Señor, para su completo deleite": Dad fruto en toda clase de buenas obras y progresad en el conocimiento de Dios; fortaleceos plenamente con el poder de su gloria, para que lleguéis a la plena constancia y paciencia con alegría; dad gracias al Padre, que os ha hecho capaces de participar en la herencia de los santos en la luz" (Col 1,9-12).
JMLL Y EMJ
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