Tengo un recuerdo claro, ahora como entonces, de mi primer encuentro con la comunidad de los "Pequeños Frailes y Hermanas de Jesús y María", diría parafraseando una frase célebre "El primer encuentro nunca se olvida".
Era un hermoso día de domingo y a última hora de la mañana fui a la Catedral de la ciudad donde nací, tenía en mente confesarme y luego participar en la misa vespertina. Mirando frente a la iglesia vi a dos frailes jóvenes con un hábito marrón claro, uno tenía un hábito largo, el otro corto, hasta la rodilla, ya que estaba haciendo el año de prueba; Me acerqué a ellos, atraída por ellos; después de habernos presentado, comenzó un bonito diálogo entre nosotros, y el fraile de hábito largo, en vez de llamarme por mi nombre "personal" con el cual me había presentado, comenzó a llamarme Letizia, y aunque yo le había hecho notar que mi nombre no era ese, insistió en llamarme así, excusándose después y diciendo que le resultaba natural llamarme así; finalmente le dije más o menos así "sin embargo es bonito este nombre, por el significado", el fraile me explicó después que justo antes de que yo me hubiera acercado a ellos ese día habían hablado con un matrimonio cuya esposa se llamaba Letizia, el marido preguntó qué frase podían escribir en una pequeña capilla construida en el jardín donde habían colocado la estatua de Nuestra Señora, el fraile respondió que la frase más adecuada pronunciada por María en el Evangelio eran dos: "Hagan lo que (Jesús) les diga" (Jn 2,5) - es cuando en las bodas de Caná María se da cuenta de que durante la fiesta falta vino, o "He aquí la Esclava del Señor" (Lc 1,38) - en respuesta al ángel de la Anunciación - inmediatamente el hombre, emocionado, respondió que esta última era la frase que más le gustaba, se despidieron y se fueron.
Más tarde, el fraile, como hombre espiritual, se preguntaba por el significado de la conexión entre la frase pronunciada por María en respuesta al ángel y el encuentro conmigo inmediatamente después, tal vez el Señor le estaba diciendo que prestara atención (cfr. Job 33,14) a un alma llamada y deseosa de decir su sí a Dios siguiendo el ejemplo de María.
Desde aquel momento, mi nombre fue Letizia, tanto para aquel fraile como para la comunidad, comprendí claramente que ése era el nombre religioso que Dios me había inspirado, y que más tarde me había confirmado con otros signos. En mi corazón anhelaba un nombre nuevo cuando me hice hermana, conservar el que mis padres me habían dado, - aunque me gustaba - no me atraía. El Señor en su bondad había cumplido mi deseo por adelantado, este deseo mío no era solo humano, de hecho, como me lo señalaron, tener un nombre nuevo en la vida consagrada tiene un fundamento bíblico tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento:
«Tú serás llamada con un nombre nuevo, puesto por la boca del Señor.» (Is 62,2); y también: "Los nombres de los doce apóstoles son: primero, Simón, llamado Pedro, [...]" (Mateo 11,2); "Bendito seas, Simón, hijo de Jonás... Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia [...]" (Mt 16,17-18).
Sr. LMV
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