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DOS ENEMIGOS DE LA SANTIDAD DE LOS QUE NOS ADVIERTE EL PAPA FRANCISCO

  • Foto del escritor: Blog PFSGM
    Blog PFSGM
  • 29 oct
  • 3 Min. de lectura
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De la Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate:

  1. En este contexto, quiero llamar la atención sobre dos falsificaciones de la santidad que podrían hacernos perder el rumbo: el gnosticismo y el pelagianismo. Son dos herejías que surgieron en los primeros siglos cristianos, pero que siguen teniendo una alarmante actualidad. Aún hoy, muchos corazones cristianos, quizás sin darse cuenta, se dejan seducir por estas propuestas engañosas […]

 

El gnosticismo actual

  1. El gnosticismo supone «una fe encerrada en el subjetivismo, donde solo interesa una experiencia determinada o una serie de razonamientos y conocimientos que se consideran capaces de confortar e iluminar, pero donde el sujeto en última instancia permanece encerrado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos».

  2. Gracias a Dios, a lo largo de la historia de la Iglesia ha quedado muy claro que lo que mide la perfección de las personas es su grado de caridad, no la cantidad de datos y conocimientos que pueden acumular. Los “gnósticos” confunden este punto y juzgan a los demás según su capacidad para comprender la profundidad de ciertas doctrinas. Conciben una mente sin encarnación, incapaz de tocar la carne sufriente de Cristo en los demás, rígida en una enciclopedia de abstracciones. En última instancia, al despojar al misterio de su encarnación, prefieren «un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo».

  3. En definitiva, se trata de una superficialidad vanidosa: mucho movimiento en la superficie de la mente, pero sin conmover ni tocar la profundidad del pensamiento. Sin embargo, logra cautivar a algunos con un atractivo engañoso, porque el equilibrio gnóstico es formal y presume ser aséptico, y puede aparentar una cierta armonía o un orden que engloba todo.


El pelagianismo actual

  1. El poder que los gnósticos atribuían a la inteligencia, algunos comenzaron a atribuírselo a la voluntad humana, al esfuerzo personal. Así surgieron los pelagianos y los semipelagianos. Ya no era la inteligencia la que ocupaba el lugar del misterio y de la gracia, sino la voluntad. Se olvidaba que todo «[no] depende de la voluntad ni de los esfuerzos del hombre, sino de Dios, que tiene misericordia» (Rm 9,16) y que Él «nos amó primero» (1 Jn 4,19).

  2. Aquellos que responden a esta mentalidad pelagiana o semipelagiana, aunque hablen de la gracia de Dios con discursos edulcorados, «en última instancia confían únicamente en sus propias fuerzas y se sienten superiores a los demás porque observan ciertas normas o porque son inquebrantablemente fieles a un cierto estilo católico». Cuando algunos de ellos se dirigen a los débiles diciendo que con la gracia de Dios todo es posible, en el fondo suelen transmitir la idea de que todo se puede lograr con la voluntad humana, como si ésta fuera algo puro, perfecto, omnipotente, a lo que se añade la gracia. Se pretende ignorar que «no todos pueden todo» y que en esta vida las fragilidades humanas no se sanan completamente y de una vez para siempre mediante la gracia. En cualquier caso, como enseñaba San Agustín, Dios te invita a hacer lo que puedas y «a pedir lo que no puedas»; o a decir humildemente al Señor: «Dame lo que me mandas y mándame lo que quieras».

  3. En última instancia, la falta de un reconocimiento sincero, sufrido y orante de nuestros límites es lo que impide que la gracia actúe mejor en nosotros, pues no le deja espacio para provocar ese bien posible que se integra en un camino sincero y real de crecimiento. La gracia, precisamente porque supone nuestra naturaleza, no nos convierte de repente en superhombres. Pretenderlo sería confiar demasiado en nosotros mismos. En este caso, detrás de la ortodoxia, nuestras actitudes pueden no corresponder con lo que afirmamos sobre la necesidad de la gracia, y en los hechos terminamos por confiar poco en ella. De hecho, si no reconocemos nuestra realidad concreta y limitada, tampoco podremos ver los pasos reales y posibles que el Señor nos pide en cada momento, después de habernos atraído y hecho idóneos con su don. La gracia actúa históricamente y, de manera ordinaria, nos toma y nos transforma progresivamente. Por eso, si rechazamos esta modalidad histórica y progresiva, en realidad podemos llegar a negarla y bloquearla, aunque con nuestras palabras la ensalcemos.

  4. ¡Que el Señor libere a la Iglesia de las nuevas formas de gnosticismo y pelagianismo que la complican y la detienen en su camino hacia la santidad! Estas desviaciones se expresan de diversas formas, según el propio temperamento y características. Por eso exhorto a cada uno a preguntarse y discernir ante Dios de qué manera pueden manifestarse en su vida.

 

(PAPA FRANCISCO, GE, nn. 35-62)


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