REFLEXIÓN: ¿Hasta qué punto amamos a Dios? – de San Alfonso Ma. de Ligorio
- Blog PFSGM
- 12 mar
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Toda nuestra perfección consiste en amar a nuestro Dios, quien es el más amoroso. "La caridad es el vínculo de la perfección" (Col 3,14). Y toda la perfección en el amor a Dios consiste en unir nuestra voluntad a su santísima voluntad. “El efecto principal del amor”, dice San Dionisio (De divinis nominibus, c. 4), “es unir la voluntad de quienes se aman de modo que se conviertan en una sola y misma voluntad.” Así, cuanto más se une una persona a la voluntad divina, más grande será su amor… Si un señor tuviera dos sirvientes, uno de los cuales trabaja todo el día según su propia voluntad y el otro según la voluntad de su amo, ciertamente el amo estimaría más al segundo que al primero. ¿Cómo pueden nuestras acciones promover la gloria de Dios si no están conformes a Su divino agrado? “El Señor”, dijo el profeta a Saúl, “no deseo sacrificios, sino obediencia a Su voluntad: ¿pide acaso holocaustos y víctimas, y no obediencia a Su voluntad?” (1 Sam 15,22-23) (…). Quien actúa según su propia voluntad, y no según la voluntad de Dios, comete una forma de idolatría, porque en lugar de adorar la voluntad divina, adora, en cierto modo, la propia voluntad.
Este ha sido siempre el objetivo que todos los santos han perseguido: conformarse a la voluntad de Dios, sabiendo muy bien que en ello radica la pureza del alma. El beato Enrique Suso decía: “Dios no quiere que nos llenemos de luces espirituales, sino más bien que nos conformemos a Su voluntad divina en todo.” Y Santa Teresa: “Todo lo que se debe buscar en el ejercicio de la oración es la conformidad de nuestra voluntad con la divina, dando por sentado que en ello reside la máxima perfección. Quien destaque más en esta práctica recibirá los mayores favores de Dios y avanzará más en el camino de la perfección.” La beata Estefanía de Soncino, religiosa de la Orden de Santo Domingo, en un rapto espiritual fue llevada al cielo en visión, y vio a algunas personas que conocía y que habían muerto, situadas entre los serafines, y le fue revelado que fueron elevadas a tan alto grado de gloria gracias a su conformidad con la voluntad de Dios en la tierra…
Quien entrega su voluntad a Dios, le cede todo. Quien da sus bienes en limosna, su cuerpo a las disciplinas, su alimento al ayuno, da una parte de lo que posee; pero quien confía su voluntad a Dios, lo da todo y puede decir: “Señor, soy pobre, pero te doy todo lo que tengo; te entrego mi voluntad y ya no tengo nada más que ofrecerte.” Esto es lo que Dios espera de nosotros: “Hijo mío,” nos dice a cada uno de nosotros, “dame tu corazón” (Proverbios 23,26), es decir, tu voluntad. San Agustín dice que no podemos ofrecer a Dios nada más agradable que decirle: “Señor, toma posesión de nosotros; te hemos entregado nuestra voluntad, haznos saber lo que nos pides, y lo haremos.” Si queremos dar gran satisfacción a Dios, debemos conformarnos a Su divina voluntad, no solo para conformarnos, sino para unirnos a Sus mandamientos. Conformidad expresa la unión de nuestra voluntad con la de Dios; pero uniformidad significa aún más, significa que la voluntad divina y la nuestra se han convertido en una sola cosa, de modo que solo deseemos lo que Dios desea y quiere. Esta es la perfección más alta a la que debemos aspirar: debe ser el objetivo de todas nuestras acciones, de todos nuestros deseos, de todas nuestras meditaciones y oraciones. Para esto debemos pedir la ayuda de nuestro ángel guardián y de los santos, nuestros intercesores, y, sobre todo, la protección de la Santísima Madre de Dios, que es la más perfecta entre todos los santos y la que más perfectamente abrazó la voluntad divina en toda ocasión.
(San Alfonso Ma. Liguori, Tratado sobre la conformidad a la voluntad de Dios, I-II)
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